miércoles, 25 de julio de 2012

PALADARES INFANTILES Y LATAS DE TOMATE FRITO...


     Me ha encantado este artículo sobre la infantilización del paladar. No tenía ni idea de que esto tuviera que ver con la etapa de la lactancia, pero la verdad es que leerlo ha sido como ir confirmando y comprendiendo muchas de las cosas que veo a mi alrededor, no sólo en los demás, también en mí misma.  Recomiendo leer directamente el artículo porque está muy bien explicado y apoyado en ejemplos procedentes de distintas investigaciones, pero yo comentaré lo que más me ha llamado la atención, porque no tiene desperdicio. 

 "De primero macarrones, de segundo pizza y de postre helado. Ése es el menú que proponen los niños si les dejan elegir qué comer el último día de comedor escolar" 

     Y yo me atrevería a decir que también en un comedor de empresa. Muchas veces comentamos en casa el escasísimo éxito que tienen el pescado y la verdura entre los trabajadores. La mayoría de la gente elige siempre pastas, arroces o frituras de primero, y carne y patatas de segundo, y las natillas, arroz con leche y yogures, se acaban mucho antes que las piezas de fruta. Como esto les viene muy bien a los que gestionan los comedores, porque el presupuesto se dispara con la verdura y fruta fresca, el marisco y el pescado, todos contentos... salvo los que no quieren seguir comiendo como niños de seis años, que tienen que andar a la gresca constantemente, o unirse al club del tupper (que lo hay y, curiosamente, es 100% femenino...) 

"Hoy día observamos una infantilización de los paladares porque las personas han crecido sin familiarizarse con otros sabores y se han quedado con sus gustos originales, que es la afición a lo dulce"


     Recuerdo que hace ya bastantes años, quedamos un grupo de compañeros de la facultad para comer en casa de una amiga. Dos o tres se prestaron voluntarios a cocinar, y elegimos algo barato y que gustara a todo el mundo: espaguetis. Se preparó una salsa de tomate y se ofreció queso rallado al que quiso. Todos comimos con gusto, salvo una chica que pidió, por favor, una lata de tomate frito, porque la que habían preparado "no le gustaba". A mí, en ese momento, voy a sincerarme..., me dieron ganas de estamparle mi mano abierta en toda la cara, sentarla bien pegadita a la mesa, con el plato delante y la servilleta prendida del cuello, y castigarla sin postre si no se terminaba el plato de espaguetis con la salsa de tomate que, tan amablemente, habían cocinado dos compañeros. 
     Esto me ha pasado después con muchísimas más personas, ni siquiera en la etapa universitaria post-adolescente, sino ya de adultos bien entrados en años. Ir a cenar a un restaurante y que a alguien no le guste "nada" de la carta, personas que no comen "nada que tenga escamas" o "nada verde" ... incluso alguien me llegó a decir que prefería el pollo barato al de corral, porque este último tenía un sabor "un poco fuerte"... donde un poco fuerte quiere decir que tenía sabor, porque los pollos ésos blanquecinos que venden en el súper, ya les puedes echar de todo, que son insípidos hasta decir basta. Pero a eso es a lo que nos hemos acostumbrado, al macarrón con tomate frito de lata, a la paella con agua y medio cubito de caldo y al postre industrial.

 “La realidad es que ahora la gente, en general, no acepta sabores que se salen de la media, ha simplificado y homogeneizado sus comidas diarias y no es capaz de discriminar tanto como antes los sabores..."


     Viviendo en USA, una de las cosas que más me alucinaba, era que si preguntabas a cualquiera por su comida favorita, el 98% de la gente te respondía que hamburguesa... Yo a la hamburguesa ni siquiera la considero un plato, sino algo así como un bocadillo, pero no un plato-plato. Recuerdo que organicé una cena en navidad con pintxos y algunos platos típicos españoles, me recorrí 120 km para encontrar bacalao y preparar una tartaletas de piperrada. Lo primero que se acabó fueron unos minisándwiches que se me ocurrieron a útlima hora con la carne picada que me sobró del relleno de la empanada, a los que añadí una loncha tipo tranchete del único queso que tienen y comen, un chédar anaranjado que, para mi gusto, es como auténtico plástico: causaron furor. Al final de la noche, sólo dos personas (éramos 13 ó 14) habían probado las tartaletas de bacalao en piperrada: uno era brasileño, el otro, un norteamericano que me felicitó por la cena, afirmando que había comido mejor que en muchas bodas, y no es que yo estuviera muy sembrada aquél día en los fogones...
     No es que yo sea una sibarita con un paladar exquisito y refinadísimo, de hecho tengo la típica barrera psicológica con las vísceras y demás casquería (a pesar de que la lengua en salsa que hace mi suegra tiene una pintaza increíble), aborrezco las alubias, no me hacen demasiada gracia los garbanzos ni los guisantes y ando ahí, ahí con los chicharros. 
     Pero una cosa es que no te guste "algo", un plato concreto, un determinado ingrediente, sabor, un tipo de carne, como por ejemplo el hígado o el pato, algún pescado, como el de río, que mucha gente no lo tolera, o verduras como la col de bruselas, las acelgas, o incluso las alcachofas, que sí... que aunque me cueste creerlo, hay gente que no puede con ellas, y otra muy distinta que tu dieta se reduzca a pan, patatas, pizza, arroz y macarrones, lo cual me parece preocupante, y además está en la base de los problemas de sobrepeso y obesidad. 
     Mucha gente dice que no hace dieta porque no soporta pasar hambre: mentira. Haciendo dieta, y esto lo sabe todo el mundo, no se tiene por qué pasar hambre, lo que se pasan son ganas de comer lo que nos apetece, aquello a lo que tenemos acostumbrado a nuestro cuerpo y a nuestro cerebro, y es que hemos reducido tanto la variedad de nuestra alimentación y el tiempo que pasamos en la cocina, que fracasamos en las dietas porque todo lo que nos gusta está prohibido, pero no porque la dieta a la que nos tenemos que someter sea muy restringida, sino porque el restringido es nuestro paladar, que fuera de los hidratos de carbono, el azúcar y, quizá, la carne... poca cosa más tolera. Y para la vida sedentaria que llevamos la mayoría, arroces, patatas, panes, pastas, pizzas, bollos, bizcochos, galletas y un apetitoso etcétera, sobran del plato casi siempre. 


Los productos dulces y grasos –lo que se denomina caloría vacía– fueron una manera de socializar la alimentación, de conseguir que comer fuera barato, porque esos alimentos son mucho más asequibles que la verdura fresca; eso ha hecho que muchas personas de pocos recursos se hayan acostumbrado a comer esos productos básicos, infantilizados, que apetecen

     Así que la clave, como bien se dice en el artículo, está en educar al paladar a base de darle cosas nuevas. Yo creo que no se trata de obligarse con algo que uno aborrece, pero sí de plantearse que no es normal aborrecerlo casi todo, o rechazar grupos enteros de alimentos como el pescado o la verdura, así por sistema... 

     "...ahora se consiente más que no te guste y no lo comas, mientras que hace décadas si no te gustaba te insistían y acababas por comerlo e incluso terminaba por gustarte. (...)Esa insistencia es clave para rectificar –o educar– el paladar, porque nacemos predispuestos a aceptar muy pocos sabores."

     El artículo citado está en el enlace de arriba, fue publicado en Lavanguardia.com el 17 de Julio. Y las fotos es que me venían al pelo con el tema, son de nuestra cena india del lunes, con sobredosis de curry (el cordero era fuego, y para que lo diga yo es que realmente era FUEGO) y de cilantro fresco (demasiado para mi gusto). Me sorprendió muchísimo, pero muchísimo, aunque de eso no tengo foto, el jengibre troceado en una salsa de espinacas y queso. Estaba segura de haber pedido un plato vegetariano, pero no sabía qué eran esos trozos que me parecían pollo al 100%... por favor... ¿cómo se puede hacer eso con el jengibre? tenía textura de pollo y sabía pollo...lo juro... 


4 comentarios:

  1. Voy a leerme el artículo. Es cierto que hay mucha gente, cada vez más, que come extremadamente mal. Sobre todo lo que apuntas, poco variado. Entre mis amistades hay algunos que se niegan a probar restaurantes nuevos, otros sabores, cosas distintas. Yo no lo puedo entender, porque si salgo de casa es para comer cosas distintas a las que hago en casa habitualmente. Y con mis alumnos no te digo nada. Hay muchos, muchos que no prueban la verdura, pero ninguna, ni la fruta, ni el pescado, ni las legumbres!!!

    En fin, nunca lo había visto del modo que lo planteas, como infantilización del paladar, pero creo que es totalmente cierto.

    Besos.

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    1. Ya, es muy triste, porque en la pubertad es casi cuando más necesitan esa variedad alimenticia para luego no estancarse en el macarrón y los phoskitos... Aunque yo a esa edad tampoco comía muchas cosas que ahora me chiflan, como las espinacas, las judías verdes o incluso el tomate. Lo importante es darse cuenta de lo que uno se está perdiendo e ir haciendo pequeños esfuerzos para reeducar el paladar, por eso en niños y adolescentes me parece una pena, pero en adultos... ¡¡me parece patético!!

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  2. Cien por cien de acuerdo. Yo lo resumo con el tema de siempre...la globalización y el capitalismo... Bssss

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    1. Sí,yo también creo que tiene gran parte de la culpa, pero la globalización también nos trae la posibilidad de probar cocinas, sabores e ingredientes desconocidos, y hay quien prefiere quedarse en el arroz con tomate orlando (y un chorrito de ketchup...ahhhhhhjajajaja....).

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